Conservación, medio ambiente y el Estado
El país más contaminado del mundo fue en su día la Unión Soviética. Es un hecho rara vez mencionado por los "ecologistas", sin embargo una somera investigación es suficiente para comprobar que los "crimenes contra Gaia" no sólo surgen del egoísmo y ánimo de lucro capitalista. Todo el mundo ha oido hablar de Chernobyl, no tan conocidos son los desastres del Mar Aral o los vertidos en el Caspio. El aire de las ciudades soviéticas, contaminado con benzeno, y su agua, con altos contenidos de fertilizantes, deja en ridículo la idea de que estaremos mejor protegidos por burócratas responsables y altruistas, o que estos apreciarán más los árboles y la naturaleza que el resto de la sociedad.
Experiencias similares en la China de Mao, el Mexico del PRI o la India, confirman que la URSS no es la excepción. Para encontrar a un ecologista convencido entre los gobernantes socialistas hay que recurrir a Pol Pot, claro que no me convence el genocidio como paso para reducir la "huella ecológica".
Aristoteles ya habló de la tragedia de los bienes comunales y de como lo que es de todos se cuida menos que lo que es de cada uno. La propiedad privada, con su facultad de disposición, exclusión, uso y disfrute, permite asignar reponsabilidades de forma descentralizada y además aunar responsabilidad e incentivos: el dueño descuidado sufre las consecuencias de la pérdida de valor de su propiedad. El buen pastor ve crecer su rebaño. Incluso cuando este está en mar.
Proyectos como Campfire han tenido más éxito en la conservación de especies protegidas que todas las prohibiciones de comerciar con marfil juntas. Los lagos y rios de propiedad o gestión privada cuidan la calidad de sus aguas y atesoran este preciado recurso, los bosques privados de Escandinavia se aseguran de talar cada año los árboles justos, mientras que en Brasil se destruye la selva con concesiones y ayuda del gobierno y sin que nadie piense en el valor a largo plazo de la misma.
Las externalidades son un problema para el que existen múltiples soluciones inventadas. Involucrar a los políticos no es una de ellas, más bien crea aún más externalidades, permite que mayor parte de las decisiones estén en manos de personas que no sufriran las consecuencias ni asumirán la responsabilidad de sus actos.
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